El 15 de febrero de 1921. Ciudad
de Nueva York. Sala de cirugía del Hospital Kane Summit. Un cirujano está
llevando a cabo una operación de apendicitis.
En diversas maneras, los hechos
que llevan a la operación son normales. El paciente se ha quejado de fuertes
dolores abdominales. El diagnóstico es claro: un apéndice inflamado. El Dr.
Evan O´Neill Kane está realizando la operación. En su distinguida carrera
médica de treinta y siete años, ha realizado casi cuatro mil operaciones de
apendicitis, de modo que esta tendría que ser absolutamente rutinaria. Y lo es,
excepto por dos razones.
¿La primera novedad en esta
operación? El uso de anestesia local en una cirugía mayor. El Dr. Kane ve
demasiados peligros en la anestesia general. Afirma que una aplicación local es
más segura. En principio, varios de sus colegas están de acuerdo con él, pero
para empezar a aplicarla tiene que ver primero la teoría aplicada.
El Dr. Kane busca un voluntario,
un paciente que esté dispuesto a someterse
a cirugía con anestesia local. No es fácil encontrar un voluntario.
Muchos se resisten a la idea de estar despiertos durante su operación. Otros
tienen miedo que el efecto de la anestesia pase mientras aún la operación se
está realizando.
Finalmente, el Dr. Kane encuentra
un voluntario. Así, la mañana del martes 15 de febrero, todo está listo para la
histórica operación.
Preparan al paciente y lo llevan
en una camilla a la sala de operaciones. Se le aplica anestesia local. Como lo
ha hecho miles de veces, el Dr. Kane
rasga el tejido superficial y localiza el apéndice. La realiza con destreza y
la concluye con éxito. El paciente dice solo tener pequeños malestares.
Lo llevan a la sección de post
operados y luego lo llevan a una habitación en el hospital. Se
recupera rápidamente y dos días después le dan de alta.
El Dr. Kane ha probado su teoría.
Gracias a la disposición de un valiente voluntario, demostró que la anestesia
local era una alternativa viable y aún preferible.
Pero dije más arriba que había
habido dos factores que habían hecho de esta operación algo singular. Me he
referido al primero: el uso de anestesia local. El segundo es el paciente. El
valiente candidato para la cirugía del Dr. Kane fue el Dr. Kane.
Para probar su punto, el Dr. Kane
se operó a sí mismo.
Una movida astuta. El doctor se
transformó en paciente para convencer a los pacientes a que confiaran en el
doctor.
He contado esta historia a varios
profesionales médicos. Y todos han tenido la misma reacción: cejas levantadas,
sonrisa burlona y cinco palabras de duda <>.
Quizás lo sea. Pero la historia
del doctor que fue su propio paciente es leve comparada con la historia de Dios
que se hizo humano. Pero Jesús lo hizo. De modo que tanto usted como yo podemos
creer que el Sanador conoce nuestros dolores porque voluntariamente se hizo
como uno de nosotros. Se colocó en nuestra posición. Sufrió nuestros dolores y
sintió nuestros miedos.
¿Rechazo? Lo sintió. ¿Tentación?
La tuvo. ¿Soledad? La vivió. ¿Muerte? La probó.
¿Y cansancio? Él podría escribir
un éxito de librería sobre el tema.
¿Por qué lo hizo? Una razón. Para
que cuando usted sufra, vaya a Él – su Padre y su Médico- y deje que lo sane.
Max Lucado, En el Ojo de la
Tormenta. Un día en la vida de Jesús. Capítulo 2. Dios bajo presión.
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