martes, 13 de julio de 2010

Para ganar hay que vencer



Devocional otorgado por www.especialidadesjuveniles.cl
PARA GANAR, HAY QUE SABER PERDER (por Patricia Marroquin)

Vivimos en un mundo 100% competitivo, desde pequeños luchamos por conseguir un buen lugar, en todo ámbito; familiar, escolar, amigos, etc. Desde niños entramos en la loca carrera por ser los primeros, los mejores, los más inteligentes, ser conocidos, ganar el primer lugar.

Es válido esforzarnos por ser mejores y aprovechar al máximo los recursos que Dios ha puesto a nuestro alcance, es parte de nuestra responsabilidad como buenos mayordomos. Pero cuando ésta loca carrera pasa a ser la finalidad de nuestras vidas, centrándonos en nosotros mismos y pasamos por encima de cualquier persona o cosa, es otra cosa.
Al ver éste tipo de actitudes lo asociamos a lo que sucede en "el mundo", pero la realidad dentro de la iglesia no difiere mucho. En Fil. 3:1-10, el apóstol Pablo habla de los orgullosos espirituales, que creen poder ser salvos o se vanaglorian y sienten superiores a sus hermanos por sus esfuerzos y logros, y los llama "perros" y "malos obreros", ¡qué nombre!
Pablo tenía mucho de qué jactarse; logros personales, su nacionalidad, formación familiar, estudios, éxitos, herencia, etc. Tenía de qué presumir y hasta creerse superior a muchos, sin embargo decía: "... todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo". (v.7-8)

Sus credenciales e influencia le podían abrir puertas, pero nada de eso lo consideró suficiente como para ganar su salvación, ni para ser mejor que otro hermano a los ojos de Dios. Todas sus "ganancias" eran como ¡estiércol!, sin valor, comparadas a la relación personal y el conocimiento que él tenía de Cristo. Él dejó todo atrás, con tal de tener a Cristo.

Leerlo suena fácil, pero llevarlo a cabo es sumamente difícil, sobre todo en el mundo competitivo en que vivimos, donde valemos según lo que hayamos logrado. ¿Cómo perder todo, para ganarlo todo?, ¿Cómo dejar atrás todo lo que consideramos nuestros preciados tesoros?
Con certeza podemos decir que la forma para lograrlo es con la humildad de un niño. Un niño no se cree ni se siente autosuficiente, siempre busca de la protección y resguardo de su padre, a quién admira por sobre todas las cosas y personas. Un niño nunca pretende ser quien no es, ni trata de sobresalir, o ser mejor que su padre, aunque anhela ser como él. Un niño sabe que en su padre tiene todas las cosas y en sus brazos puede estar seguro.

Dios desea que vayamos a él, con la humildad de un niño, y que le miremos de frente a los ojos. Sólo en Su presencia podemos dar la espalda a todo lo que nos pueda separar y distraer de su presencia y su persona. Cuando miramos de frente a Dios, le damos la espalda al mundo.
"Lo he perdido todo a fin de conocer a Cristo, experimentar el poder que se manifestó en su resurrección, participar en sus sufrimientos y llegar a ser semejante a él en su muerte". (v.10)

En los brazos de nuestro Padre celestial, perderlo todo es ganarlo todo. Todas las cosas pasan a segundo plano y carecen de valor porque tenemos ¡el Reino de los cielos para nosotros!

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